Tampoco es que tenga mucho sentido.
La verdad es que me da igual.
Lo he oído en todas partes. En todas las esquinas, en todos los rincones…
Pero es como oír a paredes.
Es fácil imaginar que todas esas personas están muertas, que no existen.
Es fácil imaginar que no hay nada.
Y agradable.
Descalza, comencé a caminar por el habitáculo oscuro. Estaba polvoriento, y un leve olor a moribundo flotaba en él.
Era como encontrarme entre la pena.
Me dirigí hacia la puerta. Mientras caminaba, pequeños trozos de cristal se clavaban en mis pies, que dejaban pequeños rastros de color rojo tras mi paso.
Y ¿qué era eso, si no sangre?
Un pequeño alo de luz se introducía por una rendija en un intento vano por iluminar mi gran pequeña estancia.
El polvo danzaba en un vaivén lento y dormijoso por el mísero rayo de vida que pretendía adentrarse en mi habitáculo. Como si quisiera salvarme, como si quisiera amarme.
Supongo que lo que yo quería era salir. Por algo me dirigía a la puerta.
¿Por qué no lo hice, entonces?
¿Acaso se adueñó de mí la hiena?
…
No recuerdo nada.
No sé cómo llegué hasta ahí. Tampoco si salí.
Sólo sé que ahora estoy aquí.
Pero ahora no huelo a moribundo. Tampoco la sangre de mis pies.
No siento el cristal del suelo ni el polvo flotando a mi alrededor.
Me pregunto por qué no puedo ver donde estoy.
Tal vez tenga los ojos cerrados. Los párpados unidos como cuando en mi habitáculo venía el oscuro y yo no quería verlo acercarse.
¿Y si los abro?
¿Debería estar asustada?
Puede que las personas normales sí.
Pero yo no estoy asustada.
Si de algo tengo miedo… no es de esta oscuridad.
Es de lo que veré cuando vea la luz.
…
Por favor, dame tu mano.
No me dejes sola.

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